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Los científicos creían que era una estatua, pero en su interior guardaba un increíble secreto

Una terrible tradición budista es descubierta por la tomografía a esta estatua

Una terrible tradición budista es descubierta por la tomografía a esta estatua

Uno de los hallazgos más impresionantes de la última década. Lo que parecía una estatua común de un buda, era en realidad el ‘sarcófago’ de un monje momificado. Las investigaciones apuntan a que el hombre pertenecería al siglo XI – XII, pero lo más aterrador fue descubrir solo el esqueleto y ningún órgano, solo escritos. Esta sería una prueba que confirmaría la leyenda que existieron monjes que se automomificaron, con el objetivo de convertirse en un “Buda viviente”.

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La misteriosa pieza fue comprada en una subasta en 1997. El coleccionaste holandés que la adquirió notó algo extraño, incluso se hizo la pregunta si la pieza había sido robada. Para quitarse las sospechas de encima, llevó la estatua a la Universidad de Utrecht y tras los análisis respectivos, descubrieron a una persona dentro de la estatua.  Los especialistas dicen que podría tratarse del maestro Liu Quan, un importante miembro de la Escuela China de Meditación de los siglos XI-XII.

LA TOMOGRAFÍA

En 2014, el Centro Médico Meander en Amersfoort en Amsterdam, recibió la estatua para realizar una completa tomografía con la que estudiar estos restos. Gracias a esta prueba se pudo confirmar que la momia carecía de órganos internos, los cuales fueron sustituidos por escritos en chino.  El desgaste y deterioro de la piel indicaban que lo más probable es que Liu Quan se haya momificado a sí mismo.

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LA AUTOMOMIFICACIÓN

Los Sokushinbutsu (即身仏, literalmente, “consecución de la budeidad en vida”) fueron monjes budistas Shugendō, que se provocaban la muerte lentamente, así  sus cadáveres se conservaran momificados y alcanzarían el estado de iluminación necesario para ser un Buda.

El portal El Ciudadano lo narra así: “Este proceso de automomificación era muy duro y riguroso. Durante 1000 días, el monje debía seguir una estricta dieta de frutos secos y semillas para desprenderse de su grasa corporal y otros 1000 días más exclusivamente a base de raíces y cortezas de árbol.

Tras está durísima fase, el monje debía beber un té venenoso hecho a partir de los extractos tóxicos de un árbol japonés. Este brebaje provocaba vómitos y una pérdida masiva de fluidos corporales, dejando además el cuerpo demasiado envenenado como para ser comido por bacterias, insectos y roedores.

Reducido a un simple esqueleto viviente, el monje era colocado dentro de una tumba con la forma de la postura del loto. Equipado con un tubo para respirar y una campana, el monje comunicaba con su tintineo si seguía con vida.

Cuando la campana dejaba de sonar, se daba por hecho que el monje había muerto. Tras retirar el tubo de respiración, se sellaba la tumba 1000 días más, momento en el que se reabriría para comprobar si el proceso de momificación había funcionado.

Muy pocos monjes consiguieron llevar a término este brutal proceso. Los ‘afortunados’ que consiguieron completarlo, tenían el honor de ser venerados en los templos como imagen de Buda”